A veces me da por pensar qué es lo más raro que he visto o me ha pasado en China. Y me acuerdo de la anécdota del autobús. No sé si es lo más curioso que he presenciado aquí, pero se me ha quedado grabado.
Cuando todavía vivía en Beijing, una tarde salí de compras con una amiga. Queríamos ir al centro y cogimos un autobús; en aquella época no había ninguna línea de metro que fuera a donde queríamos ir. En el centro de Beijing muchos de los autobuses son en realidad trolebuses y tienen unos cuernos que van enganchados a los cables de la calle. A los 5 minutos de subirnos sonó un pitido y el trolebús se quedó parado en medio de la calle: se había estropeado. Nos esperamos un momento a ver si el conductor era capaz de volverlo a arrancar o no; al ver que no, pensé que nos dirían que nos bajáramos y nos montáramos en el siguiente bus.
Por aquellos entonces, en la mayoría de autobuses, aparte del conductor, había un señor o señora (normalmente señora) que vendía los billetes y controlaba que la gente con tarjeta de transporte "fichara" al subir. Estas señoras tenían un superpoder alucinante: no importaba que el autobús estuviera lleno a reventar o que entraran 30 personas en tromba, ella sabía perfectamente quién había fichado y quién no, y desde una distancia de 10 metros, con un millón de personas apretujadas entre tú y ella, te señalaba con el dedo acusador mientras pegaba un berrido de espanto: "¡Compra el billete!!!".
¿Por dónde íbamos? Ah, sí, se había estropeado el trolebús. Cuando yo ya estaba esperando a que abrieran la puerta para dejarnos coger el siguiente bus, la señora que vendía los billetes gritó: "¡Todos abajo! ¡Vamos a empujar el autobús!". "¿Pero de verdad se cree que alguien se va a poner a empujar el autobús?", pensé yo. Para mi sorpresa, sí. Todo el mundo se bajó del autobús, excepto unas cuantas señoras mayores que se quedaron sentadas, y se puso a empujar. La señora de los billetes gritaba: "A la de una, a la de dos, y a la de tres!", y a la de tres había que pegar el empujón.
Como se puede ver en las fotos, el autobús era de esos dobles. La señora de los billetes decía 加油 (ánimo!) con mucha energía y la gente empujaba con todas sus ganas, pero evidentemente aquello no se movió ni un milímetro. Finalmente, la señora de los billetes se dio por vencida y nos dijo que nos metiéramos dentro y que vendría a recogernos otro autobús. Y así nos fuimos sin saber qué pasó con el pobre trolebús y la señora de los billetes.
Cuando todavía vivía en Beijing, una tarde salí de compras con una amiga. Queríamos ir al centro y cogimos un autobús; en aquella época no había ninguna línea de metro que fuera a donde queríamos ir. En el centro de Beijing muchos de los autobuses son en realidad trolebuses y tienen unos cuernos que van enganchados a los cables de la calle. A los 5 minutos de subirnos sonó un pitido y el trolebús se quedó parado en medio de la calle: se había estropeado. Nos esperamos un momento a ver si el conductor era capaz de volverlo a arrancar o no; al ver que no, pensé que nos dirían que nos bajáramos y nos montáramos en el siguiente bus.
Por aquellos entonces, en la mayoría de autobuses, aparte del conductor, había un señor o señora (normalmente señora) que vendía los billetes y controlaba que la gente con tarjeta de transporte "fichara" al subir. Estas señoras tenían un superpoder alucinante: no importaba que el autobús estuviera lleno a reventar o que entraran 30 personas en tromba, ella sabía perfectamente quién había fichado y quién no, y desde una distancia de 10 metros, con un millón de personas apretujadas entre tú y ella, te señalaba con el dedo acusador mientras pegaba un berrido de espanto: "¡Compra el billete!!!".
¿Por dónde íbamos? Ah, sí, se había estropeado el trolebús. Cuando yo ya estaba esperando a que abrieran la puerta para dejarnos coger el siguiente bus, la señora que vendía los billetes gritó: "¡Todos abajo! ¡Vamos a empujar el autobús!". "¿Pero de verdad se cree que alguien se va a poner a empujar el autobús?", pensé yo. Para mi sorpresa, sí. Todo el mundo se bajó del autobús, excepto unas cuantas señoras mayores que se quedaron sentadas, y se puso a empujar. La señora de los billetes gritaba: "A la de una, a la de dos, y a la de tres!", y a la de tres había que pegar el empujón.
Como se puede ver en las fotos, el autobús era de esos dobles. La señora de los billetes decía 加油 (ánimo!) con mucha energía y la gente empujaba con todas sus ganas, pero evidentemente aquello no se movió ni un milímetro. Finalmente, la señora de los billetes se dio por vencida y nos dijo que nos metiéramos dentro y que vendría a recogernos otro autobús. Y así nos fuimos sin saber qué pasó con el pobre trolebús y la señora de los billetes.
para habernos matao. es que cuando el negocio es tuyo, se te agudizan los sentidos hasta extremos sobrenaturales. ya, que la señora de los billetes no es la dueña... pero el sentido del deber... ya lo quisiéramos por aquí. aquí habríamos dicho 'joer, ni que fuera tuyo el autobús'. qué escena.
ResponderEliminarcuando yo iba al insti, que estaba en una calle empinada, alguna vez tuvimos que bajarnos del autobús porque no subía la cuesta. no empujábamos, claro. pero el daño ya estaba hecho.
y no. no conozco a sus jefes. pero como si los 'fuera' conocido.
Bueno, y os haría descuento al menos, no? Empujando se ahorran gasolina.
ResponderEliminarPues a ver si dura, no me mola nada sudar la gota gorda y dar de comer a los mosquitos. Prefiero el frío Febrero.
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