Mostrando entradas con la etiqueta autobus. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta autobus. Mostrar todas las entradas

miércoles, 9 de julio de 2014

Fin de semana en Hangzhou

El fin de semana pasado fuimos a Hangzhou. La excusa oficial era acompañar a Jorge, un amigo al que conocí cuando estudiaba en Granada y que ha estado unas semanas en Shanghai por trabajo, pero la verdad es que yo necesito pocas razones para echarme a la carretera. También vinieron Kathy y Rex, mis ex compis de piso de cuando vivía en Shanghai, y John, el hijo de la ex de C.

La pandilla maravilla al completo.

Hangzhou está a unas dos horas de Suzhou. Llegamos el sábado por la mañana y después de comer fuimos a visitar el templo Lingyin, pero nos encantamos viendo las esculturas budistas de la colina que hay al lado y nos cerraron el templo. La colina se llama 飞来峰 o "el pico que vino volando"; la leyenda dice que llegó volando de India, no sé muy bien cómo. El caso es que tiene un montón de figuras budistas esculpidas en sus laderas y en sus cuevas.




Para ir al templo Lingyin nos montamos en la línea 7 del autobús urbano de Hangzhou. A la vuelta, la cola para el autobús era kilométrica y conseguir un taxi era misión imposible, así que aceptamos el ofrecimiento de un taxista pirata con una furgoneta que nos bajó a Hangzhou. Al arrancar nos dijo: Os voy a llevar por otra ruta, es que un autobús ha salido ardiendo y el centro está colapsado. Adivinad qué autobús había salido ardiendo. Sí, la línea 7 del autobús urbano. La que habíamos cogido dos horas antes. Incendio intencionado.

El domingo fuimos al Lago del Oeste (西湖), lugar popular donde los haya para el turista chino. Estaba hasta la bandera.



Andando y bicicleteando alrededor del lago se nos fue todo el día.





Cuando me subo a una bicicleta automáticamente empiezo a tararear la canción de Verano Azul. ¿Le pasa a alguien más? Y lo mejor es que creo que nunca he visto un capítulo de Verano Azul entero.

En el paseo marítimo del lago había algunos abuelos haciendo caligrafía y dibujos con agua y pincel-esponja.




El snack de moda en las orillas del Lago del Oeste: cangrejos rebozados en pinchito.


martes, 1 de julio de 2014

A empujar el autobús

A veces me da por pensar qué es lo más raro que he visto o me ha pasado en China. Y me acuerdo de la anécdota del autobús. No sé si es lo más curioso que he presenciado aquí, pero se me ha quedado grabado.

Cuando todavía vivía en Beijing, una tarde salí de compras con una amiga. Queríamos ir al centro y cogimos un autobús; en aquella época no había ninguna línea de metro que fuera a donde queríamos ir. En el centro de Beijing muchos de los autobuses son en realidad trolebuses y tienen unos cuernos que van enganchados a los cables de la calle. A los 5 minutos de subirnos sonó un pitido y el trolebús se quedó parado en medio de la calle: se había estropeado. Nos esperamos un momento a ver si el conductor era capaz de volverlo a arrancar o no; al ver que no, pensé que nos dirían que nos bajáramos y nos montáramos en el siguiente bus.

Por aquellos entonces, en la mayoría de autobuses, aparte del conductor, había un señor o señora (normalmente señora) que vendía los billetes y controlaba que la gente con tarjeta de transporte "fichara" al subir. Estas señoras tenían un superpoder alucinante: no importaba que el autobús estuviera lleno a reventar o que entraran 30 personas en tromba, ella sabía perfectamente quién había fichado y quién no, y desde una distancia de 10 metros, con un millón de personas apretujadas entre tú y ella, te señalaba con el dedo acusador mientras pegaba un berrido de espanto: "¡Compra el billete!!!".

¿Por dónde íbamos? Ah, sí, se había estropeado el trolebús. Cuando yo ya estaba esperando a que abrieran la puerta para dejarnos coger el siguiente bus, la señora que vendía los billetes gritó: "¡Todos abajo! ¡Vamos a empujar el autobús!". "¿Pero de verdad se cree que alguien se va a poner a empujar el autobús?", pensé yo. Para mi sorpresa, sí. Todo el mundo se bajó del autobús, excepto unas cuantas señoras mayores que se quedaron sentadas, y se puso a empujar. La señora de los billetes gritaba: "A la de una, a la de dos, y a la de tres!", y a la de tres había que pegar el empujón.






Como se puede ver en las fotos, el autobús era de esos dobles. La señora de los billetes decía 加油 (ánimo!) con mucha energía y la gente empujaba con todas sus ganas, pero evidentemente aquello no se movió ni un milímetro. Finalmente, la señora de los billetes se dio por vencida y nos dijo que nos metiéramos dentro y que vendría a recogernos otro autobús. Y así nos fuimos sin saber qué pasó con el pobre trolebús y la señora de los billetes.